Dignidad hecha costumbre: elogio de la vida digna
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Es diferente sentir preocupación o molestia y experimentarse indignado. Y no es asunto de mera intensidad emocional. Cuando sentimos que la dignidad está en juego, se desata un modo específico de inquietud. La indignación surge cuando nos tocan algo funda mental. La rabia no es lo mismo, ni la ira logra transmitir la agitación que vivenciamos al indignarnos. Es posible que nos irrite una multitud de vivencias, cotidianamente. El enojo o la cólera son sentimientos que nos parecen invadir de improviso, y desafían nuestra capacidad de autocontrol y mesura, pero la indignación es muy distinta. Es mucho más que una inquietud o un sobresalto. De alguna forma las rabias pasan, los temores se alejan y lo que nos enfurece un día nos podría hacer reír a la mañana siguiente. Pero la indignación persiste, incluso cuando su causa se ha resuelto, cuando la cólera se ha ido y sólo queda la experiencia vivida en la memoria. La indignación nos persigue porque ella se activa cuando sentimos herido el núcleo existencial de lo que consideramos valioso, apreciable, meritorio, digno de admiración y cuidado.